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miércoles, 25 de marzo de 2009

No me Digan Mariposa

(Carta de Minerva a los jóvenes del siglo XXI)

Por Eugenio Matos Meléndez

Cuando me tocó nacer mi país era otro, las campiñas florecían en mil colores, los pastos verdes alimentaban el ganado que pacía libremente en las sombras de los árboles paridos de frutas y la brisa era suave y fresca en mi campito de Ojo de Agua. Mi padre que a fuerza de la disciplina que heredó de mis abuelos gozaba de buena hacienda y reputación sembró en nosotros la semilla de libertad que germinó en mí años más tarde. Nos mimaba constantemente primero a Patria, luego a mí, a Dedé y algún tiempo después a María Teresa. Mi madre que con abnegación y esmero se dedicó a nuestra educación, nos transmitió las ideas estéticas más vanguardistas mientras nos hacía admirar la grandeza de las obras clásicas del arte universal.

Cuando me tocó crecer mi país era otro, Migré a La Vega para concluir mis estudios secundarios. En aquel tiempo las jóvenes de sociedad íbamos majestuosamente ataviadas a las retretas y a los bailes, allí en amistosa conversación esperábamos encontrar a un joven elegante y educado con aspiraciones intelectuales y sensibilidad espiritual que con suerte volveríamos a ver en Domingo al salir de la misa para intercambiar sonrisas y saludos.

Cuando me tocó creer, creí en la justicia y me hice abogada esperanzada en que mis conocimientos sirvieran a los más necesitados para alcanzar y garantizar sus derechos.

Cuando me toco pensar, me di cuenta que mi país estaba sumido en una situación vergonzosa gobernado hacía veintitantos años por un hombre cruel, egoísta, asesino y ladrón. Lloré al comprender que la sociedad en su conjunto, mis iguales incluidos, vivían indiferentes a tanto oprobio a cambio de los privilegios que aquel régimen distribuía entre nosotros.

Cuando me tocó amar, lo hice con pasión y entrega renunciando a toda seguridad para irme con mi esposo Manolo al lejano Montecristi en busca de ver realizados sus sueños de ejercer la abogacía en su pueblo natal, alcanzar con el transcurrir del tiempo y por méritos propios posiciones de relevancia en la judicatura nacional.

Cuando me tocó ser madre, Dios me regaló a Minú y a Manolito a quienes desde el cielo vi crecer y desarrollarse sin poder abrazarlos, besarlos y decirles lo mucho que los amaba. Me consuela sin embargo todo el cariño que les rodea a través de familiares amigos y el pueblo entero.

Cuando me toco luchar, lo hice valientemente no en contra de los más débiles sino de frente al más poderoso de los dictadores latinoamericanos.

Cuando me tocó ser clandestina, me llamé “Mariposa” pero no porque mi vuelo fuese errante o distraído, tampoco porque el miedo me arropara, ni siquiera fui débil y sedosa como sus alas escamosas, no fui atraída por falsas y variadas flores que prometieran el néctar de la felicidad eterna, no fui impulsiva e inmadura con vuelo zigzagueante hacia arriba, hacia abajo, derecha e izquierda adelante y atrás. Sino que fui decidida y consciente de los riesgos que asumía.

Cuando me tocó llamarme Mariposa lo hice para proteger a mis compañeros y no por cuidar mi propio pellejo que siempre estuve dispuesta a ofrendar consciente de la justicia de mi causa.

Cuando me tocó morir, lo hice por amor a mi patria y si algún grito se escapó de mi boca fue siempre de dolor y no por angustia o terror, mientras recibía amarrada los golpes cobardes que me propinaban siempre mire de frente a mis verdugos, con la frente y el orgullo alto y cuando exhalé el último hálito falleció la mariposa y nació la libertad.

Ya no tengo que esconder mis ideales, ya no tienes que esconder los tuyos, por eso ya no me llames mariposa, nómbrame LIBERTAD, llámame PATRIA, JUSTICIA o SOLIDARIDAD, dime VALIENTE, GUERRERA, MARTIR o HEROÍNA pero mariposa nunca más.

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